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viernes, 31 de mayo de 2019

La Falacia

En lógica, una falacia (del latínfallacia, ‘engaño’) es un argumento que parece válido, pero no lo es.12​ Algunas falacias se cometen intencionalmente para persuadir o manipular a los demás, mientras que otras se cometen sin intención debido a descuidos o ignorancia. En ocasiones las falacias pueden ser muy sutiles y persuasivas, por lo que se debe poner mucha atención para detectarlas.3
Que un argumento sea falaz no implica que sus premisas o su conclusión sean falsas ni que sean verdaderas. Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Lo que hace falaz a un argumento es la invalidez del argumento en sí. De hecho, inferir que una proposición es falsa porque el argumento que la contiene por conclusión es falaz es en sí una falacia conocida como argumento ad logicam.4
El estudio de las falacias se remonta por lo menos hasta Aristóteles, quien en sus Refutaciones sofísticas identificó y clasificó trece clases de falacias.1​ Desde entonces se han agregado a la lista cientos de otras falacias y se han propuesto varios sistemas de clasificación.5
Las falacias son de interés no solo para la lógica, sino también para la política, la retórica, el derecho, la ciencia, la religión, el periodismo, la mercadotecnia, el cine y, en general, cualquier área en la cual la argumentación y la persuasión sean de especial relevancia.

Definiciones

Todavía no hay acuerdo sobre la mejor definición de "falacia" y existen muchas propuestas que rivalizan entre sí.6​ En 1970, Charles Hamblin publicó una obra seminal titulada Falacias, que rastrea el desarrollo de la noción desde Aristóteles hasta mediados del siglo XX y concluye que la definición estándar de "falacia" es «un argumento que parece válido, pero no lo es».1​ Autores posteriores como Ralph Johnson y Hans Hansen cuestionaron esta conclusión y propusieron definiciones alternativas,78​ mientras que otros autores, como Douglas Walton, defendieron la aproximación de Hamblin.9
Algunas definiciones alternativas a la de Hamblin hacen énfasis en las fallas lógicas de las falacias. Por ejemplo, se pueden definir las falacias como argumentos deductivamente inválidos o con muy poco apoyo inductivo.6​ El problema con esta definición es que algunas falacias consisten en argumentos deductivamente válidos, cuya falla está en otra parte, por ejemplo el falso dilema o la petición de principio.6​ Se[¿quién?] enmienda esta definición agregando que los argumentos no falaces, además de tener validez deductiva o apoyo inductivo, deben tener premisas verdaderas y bien justificadas, y no caer en la petición de principio.6​ Esta definición tiene la ventaja de que incluye a los falsos dilemas y a las peticiones de principio como falacias, pero tiene la desventaja de que también incluye como falacias a muchos argumentos legítimos, por ejemplo argumentos científicos del pasado que tenían premisas falsas, pero que sin embargo eran argumentos muy serios y bien intencionados.6
Van Eemeren y Grootendorst proponen una definición «pragma-dialéctica», en la que las falacias se conciben como violaciones de las reglas de la discusión.10​ Así por ejemplo, si una regla de la discusión es no atacar al oponente a nivel personal, se sigue que todo argumento ad hominem es falaz. Una dificultad con esta aproximación sin embargo, es que no hay acuerdo sobre la mejor manera de caracterizar las reglas de una discusión.6
 La falacia lógica es un modo o patrón de razonamiento que siempre o casi siempre conduce a un argumento incorrecto. Esto es debido a un defecto en la estructura del argumento que lo conduce a que este sea inválido. Las falacias lógicas suelen aprovecharse de los prejuicios o sesgos cognitivos para parecer lógicas. Cambiándose, a veces, el error inconsciente o involuntario por una manipulación deliberada. Por eso, las falacias lógicas son los mecanismos automáticos más comunes para poner en práctica los sesgos cognitivos. Algunas importantes falacias lógicas que emplean los sesgos cognitivos se muestran a continuación. Véase también control socialcontrol mentalpropagandalavado de cerebro.
Generalmente los razonamientos falaces no son tan claros como los ejemplos. Muchas falacias involucran causalidad, que no es una parte de la lógica formal. Otras utilizan estratagemas psicológicas como el uso de relaciones de poder entre el orador y el interlocutor, llamamientos al patriotismo, la moralidad o el ego para establecer las premisas intermedias (explícitas o implícitas) necesarias para el razonamiento. De hecho, las falacias se encuentran muy a menudo en presunciones no formuladas o premisas implícitas que no son siempre obvias a primera vista.



Argumento ad hominem

En lógica se conoce como argumento ad hominem (del latín, ‘contra el hombre’)11​ a un tipo de falacia (argumento que, por su forma o contenido, no está capacitado para sostener una tesis) que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de esta.12​ Para utilizar esta falacia se intenta desacreditar a la persona que defiende una postura señalando una característica o creencia impopular de esa persona.13
Una falacia ad hominem tiene la estructura siguiente:
  • A afirma B;
  • hay algo cuestionable (o que se pretende cuestionar) acerca de A;
  • por tanto, B es cuestionable.
Al denunciar este tipo de falacia no se debe caer en el error de pensar que por existir un argumento ad hominem la afirmación de B sería verdadera (esto es también una falacia conocida como argumento ad logicam). El hecho de que alguien desacredite al orador no prueba nada acerca de la falsedad o veracidad de lo que este diga.
El hecho de insultar a una persona dentro de un discurso —de otro modo racional— no constituye necesariamente una falacia ad hominem. Debe quedar claro que el propósito del ataque sea desacreditar a la persona que está ofreciendo la afirmación, para luego rebatir la afirmación como si fuera una consecuencia lógica de lo primero.
Una falacia ad hominem es una de las falacias lógicas más conocidas. Tanto la falacia en sí misma como la acusación de haberse servido de ella (argumento ad logicam) se utilizan como recursos en discursos reales. Como una técnica retórica, es poderosa y se usa a menudo —a pesar de su falta de sutileza— para convencer a quienes se mueven más por sentimientos y por costumbres acomodaticias que por razones lógicas. Se atacan, así, no los argumentos propiamente dichos, sino al hombre que los produce y, más concretamente, su origen, raza, educación, riqueza, pobreza, estatus social, pasado, moral, familia, etcétera.
Por ejemplo:
Diálogo entre dos personas
  • A: «El Estado no está garantizando las necesidades básicas de todos los individuos».
  • B: «Usted nunca tuvo necesidades, no puede hablar sobre lo que hace el Estado».
En este caso B atacó la moral de A, pero no dijo nada sobre las necesidades básicas. Se dice entonces que el argumento usado por B es una falacia, porque no prueba falsedad, sino que intenta generar la sensación de falsedad.
Ejemplo 2:
  • A: los triángulos tienen cuatro lados
  • B: usted nunca estudió geometría, no tiene razón en lo que dice
Efectivamente la proposición de A es falsa, pero no porque no haya estudiado geometría, sino porque el triángulo tiene tres lados.

Petición de principio

La petición de principio (del latín petitio principii, "suponiendo el punto inicial") es una falacia que se produce cuando la proposición por ser probada se incluye implícita o explícitamente entre las premisas.14​ La primera definición conocida en Occidente de esta falacia fue acuñada por Aristóteles en su obra Primeros analíticos.15
Por ejemplo, el siguiente argumento es una petición de principio:
  1. Yo siempre digo la verdad.
  2. Por lo tanto, yo nunca miento.
En este argumento, la conclusión está contenida en la premisa, pues decir la verdad es antónimo de mentir. Las peticiones de principio resultan más persuasivas cuando son lo suficientemente largas como para hacer olvidar al receptor que la conclusión ya fue admitida como premisa.
Formalmente, las peticiones de principio son argumentos deductivamente válidos,14​ pues es deductivamente válido que de A se sigue A. Existe desacuerdo acerca de por qué algunos argumentos deductivamente válidos se consideran peticiones de principio y otros no.14​ Una propuesta[¿quién?] es que la diferencia es psicológica: si la conclusión nos parece demasiado obvia con respecto a las premisas, entonces consideramos que el argumento es una petición de principio; de lo contrario, no.14
Este término no se suele aplicar a la falacia más general que resulta cuando la evidencia dada para una proposición necesita tanta prueba como la proposición misma. El término más usado para una argumentación semejante es el de falacia de las muchas preguntas.
Toda petición de principio tiene esta característica: que la proposición por ser probada (como conclusión) se asume en algún punto anterior, se asume en alguna de las premisas. Debido a lo anterior, esta falacia fue clasificada por Aristóteles como una falacia material, en vez de como una falacia lógica.
La petición de principio es una forma de razonamiento circular14​ y, como tal, puede dejar de ser falaz si es lo suficientemente amplia.16​ Por ejemplo, en los diccionarios las definiciones son siempre circulares (pues definen palabras a partir de más palabras), pero no por eso dejan de ser informativas y por lo tanto no se consideran problemáticas.16​ Del mismo modo, una petición de principio lo suficientemente amplia puede dejar de ser un círculo vicioso para pasar a ser un círculo virtuoso.

Clasificaciones

A lo largo de los siglos, se han propuesto varias maneras de clasificar las falacias, pero todavía no se llega a una clasificación o taxonomía definitiva.2​ En esta sección se exponen algunas de las clasificaciones más influyentes.
La primera clasificación fue la de Aristóteles, quien dividió en dos grupos a las trece falacias que identificó: las que dependen del lenguaje y las que no.17​ En el primer grupo puso las seis falacias que dependen de ambigüedadesanfibologías, combinaciones de palabras, divisiones de palabras, acento y formas de expresión.17​ En el segundo grupo puso las siete falacias que no dependen del lenguaje, entre ellas los accidentes, la falacia de las muchas preguntas, la petición de principio y la afirmación del consecuente.17
Otra clasificación conocida es entre falacias formales e informales.18​ Las primeras son aquellas cuya invalidez se puede demostrar mediante métodos formales,18​ tales como la afirmación del consecuente y la negación del antecedente. Las segundas son aquellas cuya invalidez depende del contenido de los argumentos o de la intención del que argumenta,18​ por ejemplo la falacia del hombre de paja o los argumentos ad hominem.
Aún otra clasificación es entre falacias deductivas e inductivas.18​ Las falacias deductivas son aquellas que pretenden validez deductiva, aunque no lo logren, como por ejemplo la afirmación del consecuente. Las falacias inductivas son aquellas que solo pretenden dar apoyo inductivo a la conclusión, aunque tampoco lo logren, como por ejemplo la generalización apresurada.

Falacias formales

  • Afirmación del consecuente: Un ejemplo de esta falacia podría ser:
    1. Si María estudia, entonces aprobará el examen.
    2. María aprobó el examen.
    3. Por lo tanto, María estudió.
    Esta falacia resulta evidente cuando advertimos que puede haber muchas otras razones de por qué María aprobó el examen. Por ejemplo, pudo haber copiado, o quizá tuvo suerte, o quizá aprobó gracias a lo que recordaba de lo que escuchó en clase, etc. En tanto es una falacia formal, el error en este argumento reside en la forma del mismo, y no en el ejemplo particular de María y su examen. La forma del argumento es la siguiente:
    1. Si p, entonces q.
    2. q
    3. Por lo tanto, p.
  • Generalización apresurada: En esta falacia, se intenta concluir una proposición general a partir de un número relativamente pequeño de casos particulares. Por ejemplo:
    1. Todas las personas altas que conozco son rápidas.
    2. Por lo tanto, todas las personas altas son rápidas.
    El límite entre una generalización apresurada y un razonamiento inductivo puede ser muy delgado, y encontrar un criterio para distinguir entre uno y otro es parte del problema de la inducción.

Falacias informales

Las falacias informales son aquellas cuya falta está en algo distinto a la forma o estructura de los argumentos. Esto resulta más claro con algunos ejemplos:
  • Falacia ad hominem: se llama falacia ad hominem a todo argumento que, en vez de atacar la posición y las afirmaciones del interlocutor, ataca al interlocutor mismo. La estrategia consiste en descalificar la posición del interlocutor, al descalificar a su defensor. Por ejemplo, si alguien argumenta: «Usted dice que robar está mal, pero usted también lo hace», está cometiendo una falacia ad hominem (en particular, una falacia tu quoque), pues pretende refutar la proposición «robar está mal» mediante un ataque al proponente. Si un ladrón dice que robar está mal, quizás sea muy hipócrita de su parte, pero eso no afecta en nada a la verdad o la falsedad de la proposición en sí.
  • Falacia ad verecundiam: se llama falacia ad verecundiam a aquel argumento que apela a la autoridad o al prestigio de alguien o de algo a fin de defender una conclusión, pero sin aportar razones que la justifiquen.
  • Falacia ad baculum: Se llama falacia ad baculum a todo argumento que defiende una proposición basándose en la fuerza o en la amenaza.
  • Falacia circular: se llama falacia circular a todo argumento que defiende una conclusión que se verifica recíprocamente con la premisa, es decir que justifica la veracidad de la premisa con la de la conclusión y viceversa, cometiendo circularidad.
  • Falacia del hombre de paja: Sucede cuando, para rebatir los argumentos de un interlocutor, se distorsiona su posición y luego se refuta esa versión modificada. Así, lo que se refuta no es la posición del interlocutor, sino una distinta que en general es más fácil de atacar. Tómese por ejemplo el siguiente diálogo:
Persona A: Sin duda estarás de acuerdo en que Islandia tiene el sistema legal más justo y el gobierno más organizado.
Persona B: Si Islandia es el mejor país del mundo, eso sólo significa que las opciones son muy pocas y muy pobres.
En este diálogo, la persona B puso en la boca de la persona A algo que ésta no dijo: que Islandia sea el mejor país del mundo. Luego atacó esa posición, como si fuera la de la persona A.

Historia


En los diálogos platónicos aparecen ejemplos de diversas falacias, si bien no se hace una clasificación sistemática de las mismas. El Eutidemo discute una gran cantidad de falacias e intenta llegar a conclusiones sobre su validez o invalidez.1920​ El primer estudio más elaborado sobre las falacias se remonta a Aristóteles,2​ quien en un trabajo titulado Refutaciones sofísticas, identificó y clasificó trece falacias.

Falacias en los medios de comunicación y la política

Las falacias se usan frecuentemente en artículos de opinión en los medios de comunicación y en política. Cuando un político le dice a otro «No tienes la autoridad moral para decir X», puede estar queriendo decir dos cosas:
  • Usar un ejemplo de la falacia del ataque personal o falacia ad hominem, esto es, afirmar que X es falsa atacando a la persona que la afirmó, en lugar de dirigirse a la veracidad de X.
  • No ocuparse de la validez de X, sino hacer una crítica moral al interlocutor (y de hecho es posible que el político esté de acuerdo con la afirmación). En este último caso, la falacia consiste en evadir el tema, dando solo una opinión, no relevante, sobre la moralidad del otro.
Es difícil, por ello, distinguir falacias lógicas, ya que dependen del contexto.
Otro ejemplo, muy extendido es el recurso al argumentum ad verecundiam o falacia de la autoridad. Un ejemplo clásico es el ipse dixit (‘él mismo lo dijo’) utilizado en la Antigüedad para conservar intacto el pensamiento de Pitágoras. Un ejemplo más moderno es el uso de famosos en anuncios: un producto que deberías comprar/usar/apoyar solo porque tu famoso favorito lo hace.
Una referencia a una autoridad siempre es una falacia lógica, aunque puede ser un argumento racional si, por ejemplo, es una referencia a un experto en el área mencionada. En este caso, este experto debe reconocerse como tal y ambas partes deben estar de acuerdo que su testimonio es adecuado a las circunstancias. Esta forma de argumentación es común en ambientes legales.
Otra falacia muy usada en entornos políticos es el argumentum ad populum, también llamado sofisma populista. Esta falacia es una variedad de la falacia ad verecundiam. Consiste en atribuir la opinión propia a la opinión de la mayoría y deducir de ahí que si la mayoría piensa eso es que debe ser cierto. En cualquier caso muchas veces la propia premisa de que la mayoría piense eso puede ser falsa o cuando menos dudosa ya que, en muchos casos, dicha afirmación no puede ser probada más que con algún tipo de encuesta que no se ha realizado. En caso de ser cierto tampoco se justifica el razonamiento porque la mayoría piense eso. Se basa en la falsa intuición de que el pueblo tiene autoridad: «tanta gente no puede estar equivocada». Se suele oír con frases del tipo «todo el mundo sabe que...», o «...que es lo que la sociedad desea», así como «la mayoría de los españoles sabe que...».
Por definición, razonamientos que contienen falacias lógicas no son válidos, pero muchas veces pueden ser (re) formulados de modo que cumplan un modo de razonamiento válido. El desafío del interlocutor es encontrar la premisa falsa, esto es, aquella que hace que la conclusión no sea firme.

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